martes, 9 de abril de 2013

Toallitas de tela, misoginia y politiquería en Venezuela



Medios de difusión entre los que cabe mencionar a La Patilla, El Propio, Notitarde, Noticiero Digital, Primicia, entre otros, se hicieron eco de una campaña de tergiversación de la información que vincula un antiguo microemprendimiento adelantado por un grupo de mujeres desde los andes venezolanos, con una supuesta imposición gubernamental para sustituir el uso de toallas sanitarias desechables. Los titulares fueron “El gobierno lanzó las nuevas toallas sanitarias reusables”, “Socialistas revolucionan las toallas sanitarias y las convierten en ecológicas”, “¡Insólito! Estas son las toallas sanitarias socialistas”. Las escuetas notas se limitan a difundir el video grabado en el marco del programa Consumo Cuidado de Vive Tv y alientan a un público prejuicioso y polarizado a hacer comentarios agresivos y a replicar aquello como un intento gubernamental más por “cubanizar” la realidad venezolana. Por supuesto, no faltaron personajes como Rafael Osío Cabrices e Ibeyise Pacheco, quienes difundieron la mofa desde sus cuentas en redes sociales, develando y promoviendo un tratamiento no sólo politiquero de un tema tan sensible e interesante, sino además caracterizado por esa aversión hacia el cuerpo femenino y sus procesos psico-biológicos tan vinculado a la misoginia. Ninguno de estos personajes realizó alguna indagación formal sobre el tema antes de dar crédito a la “noticia”, atentando contra cualquier ética periodística. En este sentido, ante la invitación de varias mujeres a profundizar en el tema, @osiocabrices expresó “¿Cómo me debo educar, según usted? ¿Vuelvo a la primaria, o me cambio de sexo para "menstruar en tela"?”. Por su parte, los “médicos” que hacen vida desde @IMPROSEXUAL pretendieron dar un tratamiento igualmente ligero al asunto, expresando que “El Derecho a disfrutar de los beneficios de los avances científicos es un Derecho Humano”, a la vez que intentaron posicionar etiquetas como #NoAlRetroceso #NoALaInvolución.

Por su parte, Naky Soto, en una nota publicada en Prodavinci y titulada “Las toallas sanitarias y el capitalismo salvaje”, difundió un micro-reportaje en el que mujeres cubanas refieren sus dificultades para acceder a las toallas sanitarias desechables. En este micro se evidencia, además, que el uso de toallas de tela no es una constante en Cuba y que de hecho no se han dedicado a promocionar su uso ni discutido la opción como de empleo permanente. Al mismo tiempo, Soto expresó: “Es curioso que se promocione ahora [la toalla de tela], cuando la inflación, la escasez, la reducción de marcas por falta de materiales para su producción o la reducción de importación, han marcado tan severamente la oferta de toallas sanitarias disponibles en nuestros mercados. La ecología se convierte en el argumento para maquillar las fallas en economía.” Naky se equivoca en su enfoque. Quienes recurrimos a las toallas de tela, las confeccionamos y promocionamos, no lo hacemos con intención de disfrazar las posibles disfunciones del sistema (no tenemos ese poder ni el interés siquiera). Lo hacemos porque comprendimos el grave impacto ambiental que generan las opciones predominantes en el mercado y porque además perdimos el miedo y nos animamos a salir de la dependencia, nos enamoramos de los resultados y estamos dispuestas a defender esa autonomía alcanzada, nuestro derecho a vivir nuestra menstruación como nos venga en gana y a ayudar a otras mujeres a reconciliarse con sus ciclos, fluidos, cuerpos, sexualidad. La politiquería nunca nos ha brindado un enfoque lo suficientemente amplio como para comprender las tantísimas motivaciones de nuestro hacer en sociedad. Creemos que esta propuesta de uso de alternativas ecológicas para la menstruación merece un tratamiento serio alejado de cualquier manipulación con fines electorales y la seriedad de ese tratamiento dependerá siempre de una sustentación de los argumentos a favor o en contra de la propuesta, jamás de mitos, supuestos, falacias, apego a costumbres y/o hábitos.

Algún asomo de curiosidad dejó entrever la periodista Milagros Socorro, quien desde Código Venezuela dio difusión a su nota titulada “Polarización y toalla sanitaria”. En la nota, la periodista -quien se adscribe a la tendencia partidista de la MUD- reconoce que las toallas de tela no son un invento “socialista”, que éstas se distribuyen en varios países latinoamericanos (quizá desconozca que la propuesta está en todo el mundo y que se comercializa con mayor solidez en Norteamérica y Europa) y que el tratamiento dado al tema en los medios de difusión y redes sociales puede tener mucho de misógino. Alega la periodista que “es posible encontrarle ventajas a la toalla sanitaria de tela”. No profundiza, sin embargo, en esas ventajas simplemente porque no las conoce (ella evidentemente nunca las ha usado). No obstante afirma que una toalla de tela contamina tanto como una desechable porque para su lavado requiere de agua y jabón. Este razonamiento ingenuo ha sido debatido ampliamente en foros promovidos por mujeres que avalan el uso de las toallas de tela. Hacer una toalla desechable requiere de una utilización de agua muy superior a la que requerirá el lavado de una toalla de tela. Y evidentemente, la toalla desechable será empleada sólo una vez y luego irá a ríos, mares, vertederos, a seguir contaminando espacios. Las toallitas de tela son las que garantizan el menor impacto ambiental.

Socorro también asume el riesgo de tocar muy superficialmente el difícil tema del “tiempo libre” para sostener el argumento de que por cuestiones de tiempo, las toallas de tela no son una opción viable. Quienes conocemos la dinámica de utilización y reutilización de toallas de tela sabemos que la demanda de tiempo que nos hace el lavado de nuestras prendas absorbentes no es superior al que nos demanda el lavado de nuestra ropa íntima. El día que empecemos a usar ropa interior desechable “por falta de tiempo”, allí podremos sentenciar que el sistema opresivo capitalista definitivamente nos ha aplastado.

Socorro expresa: “El punto es que la polarización, la misoginia, la pereza y los prejuicios no nos impidan analizar las cosas y sacar de ellas lo que pueden tener de bueno.” En ello coincidimos totalmente con la periodista y nuestro llamado es a acercarnos a estos temas y discutirlos siempre desde el respeto a las distintas perspectivas que nos representan y a la condición femenina que nos configura.

A estas alturas del embrollo mediático, necesario es reconocer que la escuela moderna incorpora el estudio de nuestro cuerpo y sus procesos desde una perspectiva netamente biologicista que no aborda los aspectos psicológicos vinculados y muchas veces limita la comprensión cabal de las relaciones que guardamos con estos procesos desde la cotidianidad. El hogar promedio actual, por su parte, aporta una comprensión casi siempre prejuiciosa y plagada de tabúes en las que el silencio y/o la desacralización constituyen el pivote de las relaciones intrafamiliares. De allí que nuestra formación en materia de salud reproductiva y sexualidad en general sea prácticamente nula.

En este sentido, la comprensión de la menstruación que nos aporta la escuela, tiende a ser limitada al desprendimiento de un óvulo no fertilizado que se evidencia en el sangrado. Y en el hogar, el primer sangrado menstrual es una advertencia de fertilidad, un yugo moral que obliga nuevas formas de comportamiento y/o una experiencia que rompe en gran sentido las relaciones de la niña con su entorno y demás miembros familiares.

Ha sido, sin duda, la configuración patriarcal de nuestras sociedades la responsable de que esto ocurra del modo en que viene ocurriendo. El marco social que habitamos hace dolorosa y traumática la experiencia de la menstruación y lo hace así no sólo como mecanismo de control para con las mujeres sino porque además de este modo puede también vender la vergüenza que promociona su estereotipada publicidad del usar y tirar.

Las mujeres menstruantes llegamos a pagar por compresas blanqueadas y perfumadas, contenedoras de celulosa, geles y aditivos químicos que prometen hacernos sentir verdaderamente cómodas con nuestra “inestable feminidad”, “limpias”, “blancas”, libres de nuestro “hedor”, y que además generan un impacto ambiental terrible y no pocas alteraciones a la salud de quien las usa (irritaciones, hongos, por decir las más comunes). Se nos ha negado así la posibilidad de comprender del todo que nuestra sangre no es sucia ni fuente de contaminación alguna. Se nos ha enseñado a sentir asco ante nuestros propios fluidos. Y así, nuestro nivel de dependencia de estos productos desechables ha llegado a ser tan grosero que en muchas ocasiones ellos son considerados parte de una “cesta básica”, es decir, “indispensables en el hogar”, elementos permanentes del presupuesto familiar mensual.

A finales de 2010, la mayor parte de los empresarios venezolanos comenzó a jugar con nuestra terrible dependencia de toallas sanitarias y pañales desechables. Una supuesta escasez escondió intenciones de acaparamiento y especulación que pusieron contra la espada y la pared a casi toda la población. Extrañamente (hablar de la menstruación sigue siendo un tabú), las voces que se alzaron en la denuncia fueron casi siempre masculinas: padres, compañeros, esposos que eran “enviados hacia la búsqueda desesperada” de los productos faltantes y se encontraron impotentes ante la ausencia o el altísimo costo de lo hallado tras mucho andar. Exigieron entonces “opciones alternativas” para liberarse de aquella manipulación. (Esa participación masculina pudiera considerarse sintomática de un proceso de transformación de nuestras relaciones sociales. Deben quedar atrás los tiempos oscuros en los que había temas que sólo podían ser abordados por públicos determinados. En la medida en que nuestros compañeros hagan parte de discusiones en temas de sexualidad femenina, crianza, etc., estaremos dando un paso al frente hacia la construcción de las necesarias nuevas masculinidades.) Estoy segura de que más de una mujer pensó entonces en su abuela, en los trapitos que usó la abuela, pero entonces sintió miedo. Sí, nos han enseñado a desconfiar del conocimiento ancestral, heredado, extra-académico, en nombre de un mentado “progreso” que apenas llega a ser grillete y cadena disfrazados de “comodidad”. En este sentido es necesario expresar que quienes vinculan el uso de alternativas ecológicas con “atraso” e “involución” manejan una concepción bastante confusa del bienestar y la vida digna en general. Desconocen que la experiencia, el abandonar las opciones desechables para volver a la tela, garantiza una transformación íntima en la mujer que no tiene marcha atrás. La naturaleza de esta transformación es sumamente difícil de explicar, quizá imposible. Hay que vivirlo: se trata de reconocimiento y aceptación. Se trata de autonomía y dignidad. Se trata de vencer el miedo, romper la dependencia, recuperar el vínculo sagrado con nuestro cuerpo, nuestra sangre y muy especialmente con nuestro útero -segundo corazón, adormecido y rígido por tantos años de cultura patriarcal-. El llamado es entonces a indagar, hurgar entre los testimonios de mujeres que se han atrevido al cambio. Son ellas las únicas que podrían ofrecer una voz transparente de cara a un asunto tan delicado como el que hoy nos ocupa.

Actualmente, la propuesta del uso de alternativas ecológicas para la menstruación pugna por hacerse escuchar en nuestro país. Es meritorio el trabajo de varias mujeres que se han dado a la tarea de distribuir la maravillosa copa menstrual, un dispositivo de colocación intravaginal elaborado con silicona médica cuya función es recolectar el flujo de sangre. Quienes usamos la copa y aprendimos con ella a conocer nuestro cuerpo y ciclo, no dudamos un instante en recomendar su uso y apoyar cualquier campaña que promueva su distribución masiva.
 
También han empezado a ejecutarse los talleres de elaboración de toallitas femeninas de tela, un espacio en el que se conversan temas vinculados a la menstruación y al uso de alternativas ecológicas y en el que cada participante tiene la posibilidad de confeccionar su propia compresa absorbente para usar durante los días de sangrado.

La distribución de toallitas femeninas de tela en nuestro país nunca ha sido a través de alguna iniciativa gubernamental. Ella hoy se da a través de las iniciativas de mujeres creadoras, autónomas y autogestionadas, cuyo trabajo se enmarca en el pequeño comercio artesanal de nuestra ciudad capital. Acudir a ellas es, en gran sentido, dar un paso al frente por la construcción de una nueva conciencia del hacernos. Ningún afán politiquero y/o misógino podrá impedir que las voces de las mujeres que somos, se haga escuchar en la Venezuela de hoy.