sábado, 26 de septiembre de 2020

Reflexiones contra el racismo en el movimiento anarquista



 El racismo en la sociedad separada

La historia de invasión y colonización que atraviesa esta región, nos hace habitar países que se constituyeron en Estado-nación para pisotear y exterminar a los pueblos originarios que habitaban el Abya Yala. Se impuso entonces una jerarquización de las diferencias para catapultar al hombre blanco mestizo como cuerpo y rostro de estas nuevas naciones. Y fue así que pueblos indígenas y afrodescendientes fueron arrojados a los eslabones sociales más bajos, condenándoles a vidas en permanente despojo.

Guardar plena conciencia sobre el origen racista de las sociedades actuales, marcadas por el colonialismo, nos permitirá comprender por qué el racismo es un fenómeno tan extendido. Y es que se nos educa para el racismo, para reconocer a un Estado-nación y enorgullecernos de su existencia; guardar además disposición para su defensa ante otros Estados-naciones y ante los mismos pueblos racializados que resisten a ellos y a los cuales nos han enseñado a concebir como un peligro para el desarrollo nacional. Apenas abrimos la boca y nos atragantaron con himnos. Nuestra maravilla infantil ante la riqueza y variedad de los colores se diluyó en la imposición de un tricolor patrio. Se nos enseñó a enorgullecernos de una historia escrita sobre la sangre de nuestras abuelas ultrajadas. Somos racistas y reconocerlo puede ser de vital importancia para poder expulsar de nosotres, esa expresión autoritaria de la sociedad separada. Esto, por supuesto, si es que de verdad aspiramos construir la posibilidad de un mundo libre de opresiones.

La anarquía no caerá del cielo

Sólo dando este primer paso hacia el reconocimiento de nuestra historia y la construcción de un nosotres tan diverso como inamansable, podríamos comprender la importancia que cobra la lucha antirracista.

Las anarcofeministas hemos debido enfrentar dentro del movimiento ácrata, las masculinas voces que acusan nuestra existencia en organización como innecesaria. La sonora terquedad del acratosaurio que repite como un mantra que la anarquía es la lucha contra todas las opresiones y que dentro de ella no es necesario hablar de feminismo y disidencias sexuales... Cabezas fosilizadas negadas a distinguir el horizonte de las prácticas, empeñadas en hacerlo todo del mismo modo siempre para no avanzar un paso apenas en la historia. Conservadores, sin más. Hemos sabido comprenderlo así y organizarnos a pesar de ellos, ejerciendo la justa tensión anarcofeminista; una posibilidad maravillosa para nutrirnos de los principios y reflexiones libertarias del feminismo que defendemos.  

Pero resulta que son esos mismos cangrejos que opusieron resistencia a mujeres y disidencias, los que se niegan a reconocer la necesidad de abordar perspectivas antirracistas en los espacios anarquistas. Y lo hacen con los mismos manidos argumentos. La anarquía lo es todo, dicen, pensando que ella llegará por sorpresa algún día y no habrá que construirla todos los días a través de las prácticas transformadoras.

Y acá la cosa se complica un poco más, pues se suman a este coro, compañeras anarquistas que, engolosinadas con las categorías de los feminismos paridos por la academia, son capaces de hablar en perfecto lenguaje inclusivo sobre la interseccionalidad y la descolonización de las cuerpas-territorias, pero sumando cómodamente la consigna simplista de abajo el trabajo, descalificando totalmente con ello a la inmigrante obligada a emplearse para permanecer. O compañeras anarquistas que al tener en frente a una mujer negra, prefieren hacer como que no la han visto o la miran como quien ve un espectáculo circense. O tienen pudor de nombrar a esa mujer como negra. O pretenden relacionarse con ella desde el paternalismo asistencialista. Compañeras hay que son capaces de negar las razones de una mujer inmigrante y acusarla de cobarde por haber sido vencida por el despojo en su territorio de origen. Otras hay que replican sistemáticamente la propaganda de terror patriarcal y racista en donde siempre el agresor desconocido es un varón inmigrante. Y también hay las que desarrollan irracionales antipatías contra mujeres inmigrantes, en una mezcla de xenofobia racista y competencia patriarcal. 

La existencia de esas expresiones racistas en los movimientos, justifican sobradamente la necesidad de señalarlas, observarlas y erradicarlas, transformando colectiva y radicalmente el orden social. La trasversalización de perspectivas antirracistas debe ser un ejercicio consciente y permanente desde nuestras organizaciones.

Portazo al inmigrante latinoamericano y alfombra roja al viajante europeo

Que existen prácticas racistas dentro del movimiento anarquista no debería sorprender a nadie. A menos que se piense que pueden existir burbujas de pureza y perfección en el marco de estas sociedades signadas por el germen de la jerarquía. Por lo tanto, el señalamiento no debe entenderse como una acusación para el descrédito, sino como un ejercicio imprescindible para potenciar las prácticas libertarias. 

Hemos permanecido embelesados durante mucho tiempo en la búsqueda de referentes europeos. Reconocerlo es de vital importancia para poder iniciar un cuestionamiento en perspectiva antirracista que nos permita recuperar la memoria histórica sobre experiencias propias en esta región de Abya Yala. Del mismo modo, será necesario cuestionarse los términos en los que se establecen las relaciones internacionalistas, cuando resulta evidente que estos difieren enormemente según los vínculos se forjen dentro de esta región o hacia la región europea. Y es que, ¿no es demasiado notorio que la recepción que se hace hacia viajantes y delegados europeos no es en absoluto equiparable a la que se hace a viajantes, delegados e inmigrantes latinoamericanos?

Ante el viajante europeo, aguardará siempre la disposición plena, el interés genuino, la admiración casi ingenua de quienes parecen sentirse finalmente visitados por el padre abandonador. Se disputarán, literalmente, por ser quien o quienes reciban al compañero europeo bajo el techo propio. Con absoluto fervor colmarán las salas para escuchar a quien venga de Europa a contar experiencias propias, pero se ausentarán consciente y deliberadamente de los espacios convocados para escuchar a compañeres latinoamericanes o a inmigrantes organizades.

¿Cómo negar que hemos escuchado a compañeros anarquistas tildar de cobardes a inmigrantes porque estos no protestan bajo la misma lógica insurrecta con la que puede arriesgarse a hacerlo quien es considerado ciudadano por las leyes del Estado chileno? ¿Cómo negar que hemos testificado la existencia de compañeros que se declaran anarcosindicalistas y que cuando son llamados a la puerta por un inmigrante que busca acompañamiento para dar una pelea ante la patronal, apenas alcanzan a asomarse al umbral para solicitar el envío de un e-mail? ¿Cómo negar que existen compañeros anarquistas que generan y difunden propaganda contra comunidades inmigrantes específicas, haciéndose eco de estereotipos xenófobos sobre esas comunidades despojadas por el capitalismo y el autoritarismo de los Estados?

Ni el negacionismo ni el paternalismo forjan lucha antirracista

Negar la presencia de estas y otras prácticas racistas, es un flaco favor para el anarquismo. Las voces que relativizan y/o invisibilizan las diferencias sociales que nos atraviesan con la intención de “unificar” al movimiento, no hacen más que fortalecer las lógicas segregadoras que buscamos combatir. Y es que no se trata de pensarnos todes negres, todes obreres o todes inmigrantes en búsqueda de la historia del abuelito colono que bajó del barco hace cien años. No, porque ni somos todos migrantes ni somos la misma clase obrera. La materialidad de estas sociedades separadas nos impone distinto entramado de opresiones. Y si pretendemos acabar con cada una de las opresiones existentes, resulta inapropiado invisibilizarlas bajo recursos idealistas y autocomplacientes. Difícil es abolir lo que se invisibiliza. 

De lo que se trata sí, es de hurgar en la raíz propia para encontrar el espejo que alumbrará la construcción de un nosotres enteramente consciente de las diferencias que nos atraviesan, capaz de abrazarse a ellas para forjar fuerza y resistencia anticapitalista. En ese sentido, construir discursos es menos importante que construir comunidades. Observar y escuchar todas las voces-existencias, por sobre el afán de comunicarlas será siempre más valioso para el proceso de construcción del nosotres más plural, pues poco y mal comunica quien poco ha querido observar/escuchar.

Como anarquistas, nuestro esfuerzo debe ser por distanciarnos de las lógicas autoritarias y construir organización horizontal, solidaridad y apoyo mutuo entre pueblos. Para poder lograrlo certeramente, justo y necesario será que nos deslastremos definitivamente de las prácticas que empantanan el horizonte libertario.

domingo, 10 de marzo de 2019

Apuntes Anarcofeministas ante el Movimiento Feminista Actual

Si algo ha logrado el sistema capitalista contemporáneo es convertir nuestras demandas en objetos de consumo. Por eso hoy no puede asombrarnos que existan feminismos al servicio no sólo de los Estados y sus aparatos represivos, sino de las corrientes más reaccionarias del Mercado. Y dentro de todo este panorama se impone una serie de prácticas feministas o declaradas como tal, que resultan incapaces de forjar un análisis estructural profundo de nuestra sociedad y se limitan a activar en función de demandas claramente dictadas desde los grandes medios de difusión y centros de poder. Me refiero más específicamente a temas como el acoso callejero, que abordado desde una perspectiva elitista y paternalista, ha servido para la implementación de políticas institucionales orientadas a la estigmatización del obrero y a una mayor policialización de los espacios públicos. Ni el mass media ni el feminismo pop podrían ir más allá, no podrían poner sobre el tapete temas tan trascendentales como la explotación del cuerpo femenino en el mundo de la reproducción capitalista.

Este 8 de marzo se llevó a cabo un nuevo llamado hacia el denominado Paro Internacional de Mujeres. Este llamado a huelga —a pesar de lo ineficaz en cuanto al objetivo fundamental de paralizar la producción— constituyó un avance en las discusiones del feminismo actual, pues evidencia que somos también pieza fundamental para la acumulación del capital y tenemos plena conciencia de ello. Nuestro deber entonces es sostener y profundizar ese análisis en todos los escenarios organizativos, de modo que nuestras acciones como movimiento de mujeres vayan haciendo un peso trascendental y determinante en la lucha anticapitalista que se desarrolla hoy por la defensa de los derechos sociales más elementales, así como de los territorios urbanos y rurales. Los primeros, sometidos a políticas de control social que imponen la presencia de cada día mayor cantidad de policías uniformados y de civil que atentan contra la seguridad y la vida de trabajadoras ambulantes, inmigrantes y personas racializadas. Los segundos, sometidos al despojo de las industrias extractivistas y agroexportadoras, que imponen condiciones laborales precarias para sus trabajadoras y además hunden a las comunidades en conflictos socioambientales catastróficos.

No obstante, resulta importante visibilizar también que no pocas mujeres organizadas y dispuestas a reflexionar desde el feminismo, plantearon de forma oportuna su posición crítica de la huelga de mujeres como agenda colectiva impuesta desde el feminismo hegemónico. Lo han hecho señalando que las condiciones de precariedad laboral, dependencia económica y opresión que pesan sobre muchas de ellas, imposibilita la consideración de una huelga como estrategia. Son mujeres indígenas, pobladoras, inmigrantes, racializadas, quienes señalan con razón que la huelga pueden realizarla hoy sólo algunas mujeres pertenecientes a estratos medios, al ámbito universitario o de la tecnocracia, donde la huelga —lejos de ser mal vista— puede ser instrumentalizada por esas estructuras de poder.

Como anarcofeministas reconocemos la importancia histórica de la huelga como estrategia de nuestra clase para la conquista de mejoras sociales. Sin embargo también señalamos que sin un trabajo previo de profunda propagación de ideas y consolidación de estructuras organizativas para la defensa de nuestra clase, una convocatoria a huelga hecha desde las cumbres del privilegio neoliberal, no tiene cabida hoy más que en lo meramente performativo. Nuestra experiencia nos dicta que sólo el trabajo político de largo aliento podrá en algún momento favorecer las condiciones no sólo para una verdadera huelga general sino para una transformación radical de todas las estructuras sociales. Por ello, sabemos que cualquier adhesión a este tipo de convocatorias ha tenido apenas un carácter simbólico útil para asentar temas a los cuales el feminismo hegemónico ha venido dando largas. Nos referimos precisamente a temas vinculados con la estructura capitalista que impone la doble explotación para la mayoría de nosotras. El riesgo que corremos, sin embargo, es el del desgaste de los significados, un mal propio de nuestras sociedades contemporáneas. De allí que debamos permanecer alerta ante las políticas de apropiación de nuestras luchas.

Sin lugar a dudas, la comprensión del trabajo doméstico como un trabajo generador de plusvalía para el capital, debe conducirnos a la profundización de la lucha anticapitalista hermanada a una perspectiva auténticamente interseccional. Una perspectiva que pueda hacer frente a la devastación de los territorios y sus consecuentes fenómenos migratorios, al despojo de nuestros derechos sociales y recursos naturales. El movimiento de mujeres debe trascender la denuncia de los síntomas y avanzar hacia la destrucción de las bases del conflicto mayor: nuestra doble explotación. La discusión sobre el trabajo doméstico no pagado y fundado sobre la héteronorma patriarcal, debe ser el eje de nuestras demandas para que ellas no sean presa fácil de la utilización oportunista de los poderosos y sus medios de difusión y sea sí, nuestra posibilidad definitiva de sumar fuerzas con todo el movimiento anticapitalista.

Las anarquistas hemos constatado históricamente cuánto daño genera la apropiación por parte de las estructuras de poder de nuestras estrategias, discursos, símbolos y objetivos. Nos negamos a que fechas como el 8 de marzo, cargadas originalmente de todo el ímpetu libertario de nuestra clase, sea convertida en un día para el desfile de tecnócratas neoliberales y aspirantes a tecnócratas, capaces de actuar como viles policías ante las compañeras que no conciben entre sus estrategias el marchar con una corona de flores en la cabeza y una bolsa de chaya en las manos. Nos negamos a que la huelga revolucionaria sea convertida en el unicornio violeta de las estructuras institucionales. Por ello, este 8 marzo, nuestras voces alcanzaron la marcha de mujeres para decir que siempre hemos estado y que seguiremos estando y siendo las voces más incómodas porque…

NUESTRO FEMINISMO
ES CONTRA TODA EXPLOTACIÓN

viernes, 1 de junio de 2018

Mujeres de Otro Humus: Reflexiones anarcofeministas en torno a la migración


La pérdida del territorio, la defensa de los cuerpos

La consigna del progresismo reza que “todas somos migrantes”. Una falacia más dentro del cúmulo que sostiene las políticas tibias de una izquierda no sólo autoritaria sino corporativizada. No, no todas somos migrantes. Algunas personas han dejado sus lugares de origen para movilizar capitales y conquistar nuevos territorios. Otras lo han hecho para sumar otro tipo de posesiones: títulos académicos, por ejemplo. Las mueve una motivación colonialista. Otras, nosotras, hemos sido despojadas de nuestro terruño por esa motivación ajena y lo único que nos ha quedado ha sido nuestro cuerpo de mujer. Hemos debido entonces movilizarlo hacia otros lugares y poner en venta la fuerza de trabajo que él nos supone. Nosotras somos migrantes.

Lo anterior define no sólo una identidad, sino todo un entramado de relaciones sociales extremadamente complejo. Cuando una se convierte en migrante, la batalla por la defensa del cuerpo parece entonces ocupar el papel fundamental en la vida. Habrá que defender el cuerpo de los puteros masificados que conciben a la mujer migrante como un objeto de consumo, de los patrones que comprenden que tu condición migrante merece siempre un sueldo más bajo y una explotación mayor, de una sociedad racista que estigmatizará tu tono de voz, tu color de piel, la textura de tus cabellos, el tamaño de tus pechos, el ancho de tus caderas, tu cuerpo todo.

El quiebre de los afectos, la red de solidaridades

Mientras libra la batalla en humus ajeno, la mujer que ha migrado también se esfuerza por sostener a la distancia los lazos afectivos que ha dejado atrás. Entonces nos dejamos buena parte del sueldo en llamadas de larga distancia, en remesas familiares que sirvan de sostén al hogar primero. Pero ya bien canta aquel clásico de los años 70, la distancia es como el viento y apaga el fuego pequeño. Y lo cierto es que muy pequeño fuego ha de quedar para relaciones sostenidas únicamente sobre la base material de las remesas. Casi todas acaban en catástrofes familiares: ¿Cuánto vas a enviar este mes?, ¿Por qué no has enviado aún?, ¡Debes enviar cuanto antes!

Es por ello que a toda inmigrante urge construir una nueva red de solidaridades. Muchas logran encontrarla más inmediatamente en las iglesias, hay que admitirlo siquiera con vergüenza. Esa institución anquilosada y plagada de mitos e hipocresías, sigue disputándonos efectivamente la construcción de espacios de apoyo. Las personas que a ella acuden se comparten datos de empleo, de arriendo, se juntan a conversar sobre sus situaciones, construyen las relaciones que muchas veces no está dispuesto a construir el nacional con el migrante, ni siquiera en los más politizados espacios antiautoritarios.

Las iglesias también ofrecen algo fundamental para cualquier migrante sin techo: las casas de acogida transitoria. Por supuesto que son lugares en donde impera la lógica paternalista y asistencialista. Pero de seguro que si eres mujer migrante y el hombre que te arrendaba un cuarto ha intentado abusar de ti y luego te ha echado a la calle, seas creyente o convencida atea, agradecerías infinitamente el abrazo asistencial de una monja.

Otros espacios de confluencia y apoyo entre inmigrantes son los sostenidos sobre la base de iniciativas culturales. Los grupos de danzas folklóricas logran constituirse como un espacio de comunión entre personas casi siempre de un mismo gentilicio. El esfuerzo por aferrarse a las raíces, que bien puede estar acompañado de otras insanas dosis de patriotismos, los integra en la voluntad por mostrar las propias tradiciones y defenderlas de la distancia y el olvido para legarlas a los hijos nacidos fuera del terruño. En ese esfuerzo confluyen diálogos de resistencia.

Otras efectivas redes de apoyo mutuo han comenzado a surgir entre mujeres inmigrantes. Se trata de espacios separados en donde se pretende integrar una perspectiva feminista a la vez que procurar la formación y el activismo de las integrantes. Si bien estas organizaciones no cuentan hoy con la fortaleza política suficiente para autogestionar espacios físicos que puedan ser de utilidad a toda la comunidad migrante, es probable que su desarrollo al margen de la institucionalidad sí pueda garantizarlo a futuro. Las amenazas a este desarrollo son exactamente las mismas que pesan sobre todo el movimiento popular: que a través de la corporativización, puedan quebrarse voluntades críticas y transformadoras.

Resulta entonces indispensable que el movimiento anarquista, si pretende sostener para con la comunidad migrante sus principios de solidaridad y apoyo mutuo, se libre a sí mismo de la parálisis impuesta por el neoliberalismo, así como de los vicios antisociales que lo colocan al margen de nosotras, sintiéndose a veces una élite de razón casta y pura, en ocasiones liberada del trabajo asalariado (que jamás del sistema salarial), otras veces sumida en el consumo contracultural, pretendidamente en la cúspide de una idea que al resto de las trabajadoras nos exige esfuerzos supremos para forjar organización y lucha, a la vez que sostener dos hogares. Y es que no serán los espacios antiautoritarios un lugar en el que las mujeres migrantes encontremos redes de solidaridades, si no impera en ellos una perspectiva interseccional que permita la comprensión de nuestras distintas realidades y que las asuma como parte de sí para poder constituirse en fuerza de resistencia anticapitalista.

Los cuidados en crisis, la buena inmigrante

El hogar que una mujer deja atrás para migrar, debe reconstruirse a sí mismo. Los roles de cuidado que esa mujer asumía serán realizados ahora por otra mujer de la familia, pues pocas veces un varón habrá de romper el mandato patriarcal para cuidar a los abuelos, criar a las niñas, dedicar una jornada adicional a las tareas del hogar. En esa reacomodación de la economía del hogar también se fracturan relaciones afectivas, es lo normal. La sensación de abandono que invade a quienes exigían esos cuidados, no se eliminará a fin de mes con el cobro de la remesa. En aquel hogar, es probable que la mujer migrante se constituya para siempre en una “mala madre”.

Pero la mujer que ha migrado no dejará entonces de ejecutar los roles de cuidado que la sociedad le ha encomendado por el sencillo hecho de haberla definido como mujer. Corresponde a la mujer migrante cuidar a los abuelos que otro Estado arrojó a la miseria, criar a las niñas que el sistema salarial separó de sus mamás, preparar las comidas y sacudir las camas de los jóvenes estudiantes y/o liberados del trabajo asalariado, entre otras tareas de producción y reproducción. Son esas las “buenas inmigrantes” que celebran progres y no tan progres. Las que cocinan rico, las que sonríen a pesar del cansancio, las que sirven la mesa, destapan la cerveza, las que sirven.

Ante este panorama, el feminismo autónomo ha logrado sentar la discusión en torno al trabajo doméstico. Y es probable que esa discusión abra paso para que en un futuro estos roles tan importantes para la sociedad pero tan desacreditados por el sistema capitalista patriarcal, puedan ser redefinidos y asumidos colectivamente. Sólo entonces dejarán de ser el yugo de las mujeres.

Las políticas de género, la organización feminista

Por su parte, los Estados nacionales pretenden ponerse a tono configurando lineamientos con lo que denominan “perspectiva de género”. Se ofertan mil y un cursos para que los funcionarios adquieran esta cuasi mágica fórmula con la cual aspiran no sólo nutrir sus hojas de vida e ingresos salariales, sino la capacidad para intervenir en el desarrollo de políticas públicas que se muestren como progresistas en materia de derechos para las mujeres. Así, hemos sido testigos de cómo esos mismos policías capaces de perseguir, golpear y despojar a las mujeres mapuches e inmigrantes de su mercancía para la venta callejera, luego acuden con uniforme planchado a los cursos de capacitación de un tal Observatorio Contra el Acoso Callejero. Es atendiendo a esta política del “cumplo y miento” que surgen leyes como la del aborto en tres causales, tan débil en su concepción, que mutó adefesio con el cambio de mando presidencial, una burla a las aspiraciones del movimiento de mujeres, pero una lección enorme para todas las que pudieron creer que las leyes pueden forjar derechos y que podemos ahorrarnos el trabajo de tomarlos por cuenta propia.

Son estas mismas “políticas de género” las que penalizan el acoso callejero con leyes y ordenanzas municipales, dirigiendo su especial atención contra los obreros de la construcción, estigmatizándolos como responsables de las agresiones machistas contra las mujeres transeúntes e invisibilizando el acoso sexual que se despliega dentro de las oficinas de Recoleta y Las Condes, donde más de un jefe, gerente, director, ha hecho y sigue haciendo de las suyas humillando y sometiendo los cuerpos de las mujeres trabajadoras.

Sin duda alguna, esas “políticas de género” no responden a las demandas más urgentes del movimiento feminista, mucho menos de las mujeres migrantes. Responden a los intereses de la misma clase política empeñada en ofrecer máscaras y migajas para sostener el estado de cosas. Nos corresponde a nosotras, migrantes, feministas, mujeres anarquistas, no sólo develar esa verdad sino trabajar incansablemente por consolidar una organización autónoma lo suficientemente sólida como para hacer frente a las campañas estatales que caricaturizan nuestras demandas y a su vez accionar sin dobleces ante las amenazas que pesan sobre nuestra existencia. Por sobre el acoso callejero, expresión apenas de lo que venimos denunciando, nos interesa combatir la violencia machista. Y para combatir esa violencia no bastará con ordenanzas ni cartelitos en la entrada de las construcciones, para ello deberemos avanzar en transformar radicalmente la sociedad, abrazar sin descanso los principios de una sociedad si jerarquías que procure la más plena y auténtica igualdad social. Resulta entonces indispensable para el movimiento feminista en general, deslastrarse de todo vicio burgués y dejar de atender a la línea política que dictan los gobiernos y las ONG empeñados en exprimir a las más precarizadas. De no hacerlo, sin dudas se constituirá en un obstáculo más para las mujeres migrantes, trabajadoras, que no anhelamos cuotas de participación en la sociedad capitalista patriarcal, sino que su destrucción total y definitiva.

Migrar alimenta al capital, sembremos resistencia

Las migrantes somos consecuencia de los reacomodos capitalistas. Nos vimos obligadas a salir de un territorio que ya no podía garantizarnos subsistencia y nos hicimos mano de obra aún más barata en otro espacio de la geografía. Las implicaciones económicas de esa realidad son complejas tanto para nosotras como para las trabajadoras que ya habitaban el territorio que nos recibe. Cotizamos a las AFP lo mismo que cualquier trabajadora, aunque es probable que muchas de nosotras no obtengamos jamás una pensión y ese dinero sólo haya servido para nutrir las mesas de los grandes capitalistas.  Al mismo tiempo muchas de nosotras sostenemos la economía doméstica de la abuela de la pobla que nos arrienda una habitación porque no le alcanza sólo con su pensión. Y es más que probable que también ella reciba nuestros cuidados, la amorosa expresión del trabajo no pagado.

No escogimos libremente esta situación y muchas de nosotras nos encontramos hoy aisladas y sumidas en una cruel dinámica de sobreexplotación para poder subsistir y a la vez servir de sostén a nuestras familias en otras regiones. Somos muy pocas las que logramos escapar de esa norma y sumarnos activamente en la organización y transformación social. Ya hemos sido despojadas una vez y debemos crecernos en resistencia para defender con mayor fuerza este territorio que empezamos a construir en nuevo humus. Nuestras opciones de resistencia como colectivo inmigrante dependen de esa fortaleza y en alguna medida de cuán convocadas y acogidas seamos por la clase trabajadora organizada de la región. Al margen de nacionalismos, las trabajadoras debemos confluir en organización horizontal para la lucha contra la patronal, el Estado, el capitalismo y la cultura patriarcal de las instituciones que forjan machismo en nuestras sociedades. Sólo así podremos sentirnos seguras de avanzar certeramente hacia un destino auténticamente liberador. De la voluntad para construir ese destino, no podrán despojarnos nunca.

viernes, 20 de abril de 2018

Mujeres Migrantes: Organizadas en Feminismo Autónomo e Interseccional



Los procesos de desterritorialización se agudizan cuando el capitalismo desespera por generar nuevas formas de acumulación. Las tensiones políticas dentro y fuera de los límites de los Estados-naciones pueden ser un termómetro de ese proceso, pero la consecuencia más dramática se materializa en el desplazamiento de las comunidades hacia otras geografías en donde estas puedan garantizar su existencia. Este desplazamiento implica, para quienes asumimos la identidad migrante, una serie de condicionamientos jurídicos y sociales que resultan altamente opresivos.  Pero la sobreexplotación que los Estados imponen sobre los cuerpos migrantes cobra especial crueldad cuando se trata de cuerpos constituidos políticamente como femeninos.

Las mujeres que migramos para hallar territorios que nos permitan la subsistencia, lo hacemos muchas veces dejando hogares que tendrán que reformular sus relaciones. Los niños y ancianos que exigían nuestros cuidados tendrán que recibirlos ya de alguna otra mujer (hermana, prima) o quedarán a la deriva, pues ese rol muy pocas veces será asumido por un varón de la familia. Este proceso de reacomodación es lo que en economía feminista se ha denominado como crisis de los cuidados. Nosotras, por nuestra parte, deberemos hacer frente a nuevos conflictos. Los rasgos que antes no representaban mayor disputa en nuestros lugares de origen, ahora serán evidencia de una incómoda diferencia: nuestro tono de voz, nuestro color de piel, la textura de nuestros cabellos, nuestros rasgos faciales, volumen corporal, forma de vestir, gentilicio, etc.

Adicionalmente, el sistema cultural patriarcal, imperante en nuestras sociedades actuales, supone otras cadenas a nuestros cuerpos. Una mujer migrante es objeto de consumo para el capital y también para el macho masificado. El cuerpo de una mujer migrante se considera mercancía también para los puteros construidos por el sistema económico imperante. Por ello, las primeras ofertas de “trabajo” que se nos colocarán en frente serán las de puta, sea atendiendo una barra en minifaldas, bailando y desvistiéndonos en locales nocturnos o poniendo las piernas para que algún varón disfrute su “café”. Se acercarán varones ofreciendo un techo, alimentos, estabilidad, seguridad, protección, a cambio de nuestro cuerpo siempre disponible para su goce. Otros no elevarán ese paternalismo nefasto sino que se mostrarán meros depredadores, intentando servirse de nuestros cuerpos porque se sienten con el pleno derecho a hacerlo, porque cómo se nos ocurrió abandonar nuestra zona de seguridad, será que algo andamos buscando y la que busca, encuentra, ¿no?

Para las migrantes negras la explotación se multiplica más aún. Además de que sus cuerpos son empleados para la generación de plusvalía, además de que son hipersexualizados por el patriarcado imperante, además de ello, son más fácilmente desdeñados porque son cuerpos negros. El racismo estructural se materializa cotidianamente en la vida de una mujer negra migrante, desde que sube al transporte público para ir al lugar en el que le roban la vida, hasta que vuelve a su hogar empobrecido y marginal en el que la espera un hombre que canalizará en ella toda la violencia que también sobre él deposita el sistema.

Hoy muchas mujeres venezolanas hemos sido desplazadas por un reacomodo capitalista materializado en un conflicto político, económico y social que nos empujó a migrar. Muchas de nosotras llegamos a Chile sin apoyo alguno y a veces con la carga de los hijos, confiando en que el camino nos procuraría una nueva red de solidaridades, posibilidades de subsistencia y mejoras a nuestra calidad de vida, golpeada brutalmente por la lógica de la política patriarcal militarista. Atrás dejamos un país sumido en la más profunda crisis que haya conocido su historia y dejamos también nuestra entrañable geografía y nuestros más auténticos afectos. Desterritorializadas y solas, en una ciudad que nos ha recibido con el mote de “venesueltas” y que mira en nuestros cuerpos un objeto de disfrute y asume como “ligera y fácil” el menor gesto de nuestra cortesía, observamos impávidas cómo los medios de comunicación chilenos alientan ese prejuicio cosificador en una sociedad evidentemente racista. Las más vulnerables entre nosotras debemos lidiar con las consecuencias materiales de esa política.

El día 4 de noviembre de 2017, una joven mujer venezolana fue asesinada por su pareja en un departamento arrendado en la ciudad de Santiago. En una urbe plagada de edificios de paredes tan frágiles que se escucha hasta la respiración de tu vecina, ningún vecino fue capaz de alertar sobre el conflicto que se desarrollaba en el departamento en el que un femicida asentó sus puñaladas sobre el cuerpo de Susjes Mesías. Transcurrió apenas una semana cuando nos alcanzó la noticia de la violación de otra joven trabajadora venezolana que debió recibir en su cuerpo la violencia materializada de una estructura social podrida que mira en las mujeres migrantes, objetos de consumo y desecho. Esta mujer fue violada, quemada con aceite caliente y encerrada por un hombre que la hostigaba en su lugar de trabajo. Son realidades que nos alcanzan y con las que debemos lidiar cuando los Estados nos colocan en situación de mayor vulnerabilidad.

La violencia machista y racista de la sociedad chilena cobró su mayor expresión en agosto de 2017 con el asesinato por parte del Estado de Joane Florvil, quien fue apresada y separada de su bebé acusada de abandono en un contexto en el que ella era víctima de un robo y su no dominio del idioma español fue la excusa perfecta para que las fuerzas represivas hicieran de ella una cifra más en las estadísticas de migrantes muertas en Chile. Este vergonzoso episodio pocas o ningunas palabras mereció de un movimiento feminista corporativizado, capaz de colmar La Alameda cuando un músico famoso golpea a una muchacha de la clase media acomodada, pero incapaz de pronunciarse contra los asesinatos de nosotras, las mujeres pobres, migrantes, negras. La sonrisa de Joane podrá ser pintada en mil paredes para alivianar las culpas de esta sociedad racista, pero la rabia de las mujeres migrantes que aún lidiamos con esta realidad, esa no podrán maquillarla.

Hemos debido renunciar a un territorio devastado por la violencia y nos negamos a continuar padeciéndola en la sociedad chilena. Es por eso que la invitación que mejor podemos formular es a fortalecer las organizaciones de mujeres abrazadas a un feminismo interseccional y autónomo, consolidar redes de apoyo mutuo que nos permitan a las migrantes una existencia digna en estos territorios que también deberemos defender en el marco del contexto capitalista actual y que además nos permitan ponernos a salvo de la violencia machista y racista que hoy nos amenaza.